“Por alguna extraña razón, he desarrollado una especie de antena detectora de lectores callejeros. Aunque en mi vida cotidiana caben las más catastróficas distracciones y suelo despistarme ante lo evidente, me es imposible ignorar la imagen de alguien leyendo en un lugar público. Una imagen, por cierto, absolutamente atípica – diría extravagante – en esta región donde vivo, a cuyas calles les tengo bien tomada la temperatura. Cuando veo a alguien leyendo a bordo de un camión, en una banca o en la mesa de un café, siento una irreprimible curiosidad por acercarme a tratar de distinguir el libro en cuestión. Sí, a veces rayo en la indiscreción, en el más burdo fisgoneo, pero me cuesta horrores quedarme con la duda. Lo confieso: me seduce la idea de encontrar lectores en lugares improbables. Lo que atesoro es el que alguien lea un libro en donde nadie espera que lo haga.
Los lectores solitarios empezamos a transformarnos en seres tan extraños, que me es imposible no sentir una suerte de complicidad sectaria cuando encuentro alguno. De la misma forma que alguien puede sentirse hermanado si ve a alguien que lleva una camiseta de su equipo de futbol o que en la defensa de su carro lleva un calcomanía de apoyo al candidato o partido político de su preferencia, yo no puedo evitar sentir un vínculo secreto cuando encuentro un lector, como si perteneciéramos a una especie de cofradía o logia secreta.
Si me dedicara a la fotografía podría construir una serie llamada lectores urbanos, conformada con fotografías de personas leyendo en lugares públicos. Tendrían que ser necesariamente imágenes espontáneas tomadas sin avisarle al lector en cuestión. También me gustaría que fueran imágenes de personas que leen en soledad. Tengo claro que si me dedicara a tomar esa serie únicamente en la región en donde habito, podría tardar varios meses o acaso años para poder reunir una buena cantidad de imágenes espontáneas de lectores callejeros”.
Lo anterior es un fragmento de Bajo la luz de una estrella muerta, el ensayo que junto con El lobo en su hora estaremos presentando esta tarde en el Antiguo Palacio de la Calle Segunda, sede del IMAC. Bajo la luz de una estrella muerta es un libro que habla sobre nosotros, los últimos lectores. Sé que en este enero de diente afilado cuesta trabajo hablar de algo diferente a Trump, pero precisamente hoy vamos a hablar de lo que significa ser lector en tiempos hostiles. Entre los votantes de Trump no hay lectores. Hay repetidores de un único libro que es la biblia, pero el seguidor promedio del mórbido payaso es alguien que no ha leído un libro en su triste vida (o a lo mejor ha leído basura tipo Padre rico padre pobre y The art of deal). Si en Estados Unidos hubiera más lectores no tendríamos a ese aborto en la Casa Blanca. En fin, en tiempos buenos o en tiempos malos la lectura es la trinchera.
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