Las cuatro aparecen en la foto: Velia, Natalia, Silvia y Chelita. La imagen fue tomada no hace muchos días en algún establecimiento situado en Plaza Fórum. Junto a ellas se aprecia a otras compañeras. Y, pese a los años transcurridos – ¡Más de tres décadas! – veo que se siguen conservando en perfectas condiciones.
Observar la imagen de las cuatro me remonta a la primavera de 1981, justo cuando asistimos a un curso que organizó en aquel entonces la Universidad de Guadalajara.
Para ser precisos, corría el mes de mayo cuando Velia Rangel, Natalia Romero y las hermanas Silvia y Chelita López, junto con un servidor nos apersonamos en un edificio que, si mal no recuerdo, se ubicaba en la esquina de las calles Liceo y Juan Álvarez, en Guadalajara, Jalisco.
Profesionistas del ramo del turismo, estudiantes, profesores, empresarios, hoteleros, funcionarios públicos relacionados con la industria sin chimeneas provenientes de distintas partes de la república y de otros países, confluimos en ese sitio para aprender, para intercambiar opiniones, para debatir, para proponer y para emprender acciones tendientes a mejorar ese rubro, es decir el turismo; todo ello por medio del C.I.E.S.T. -Curso Internacional de Estudios Superiores del Turismo, por sus siglas -.
Representando a la Escuela de Turismo – Hoy Unidad Académica de Turismo – de la Universidad Autónoma de Nayarit, asistimos Velia, Natalia, Silvia, Chelita y yo. Nuestra alma máter nos apoyó económicamente a efecto de cubrir el costo del traslado y otra cantidad extra para gastos extraordinarios. La Universidad de Guadalajara, por su parte se encargó del hospedaje y de la alimentación.
A mí me asignaron un hotel que en ese entonces se situaba a escasos 150 metros de la antigua central camionera. “Hotel Canadá”, se llamaba. No sé si todavía exista, pero creo que era un establecimiento de tres estrellas.
El balance de este curso, sobra decir, fue extremadamente positivo. ¡Cuánto aprendimos! Y codearnos además con hoteleros, gerentes, profesores y estudiantes de Argentina, de Venezuela y de otras naciones del continente americano fue una experiencia inolvidable – Tan inolvidable que aquí me tienen escribiendo estas líneas -. Y uno de los instructores del curso, por cierto, provenía desde África, de Costa de Marfil específicamente. Su nombre no lo recuerdo, pero era un hombre bajito, de complexión delgada y de tez oscura, pelo corto y ensortijado.
No fueron pocas las ocasiones en que, al finalizar su tema, se sentó con nosotros para dialogar, no solo de los asuntos inherentes al turismo, sino de otros asuntos de sumo interés, desconocidos por nosotros, como costumbres y tradiciones de África, su gastronomía, el sistema de gobierno, y en fin… «No se vayan con la finta, África no son solo animales salvajes», recuerdo que nos dijo; esto es para responder unas preguntas de algunos de mis compañeros.
El curso tuvo una duración de un mes, tiempo durante el cual logramos no solo conocer, sino entablar amistad también con varios personajes vinculados al turismo, contándose entre ellos a los gerentes de los mejores hoteles de ese entonces, como el Sheraton, el Holiday Inn, el Camino Real, el Tapatío y el Aranzazú, entre otros, además de convivir también con algunos dueños de hoteles y de agencias de viajes, o funcionarios de la Secretaría de Turismo.
Con ellos compartíamos la sal y la mesa. Eran momentos de relax y las conversaciones se intercalaban con la broma, con la chirigota y hasta con el albur. A ese grado llegamos.
Una ocasión – una semana antes de finalizar el curso -, se organizó un viaje de estudios a la Laguna de Chapala. El objetivo, si mal no recuerdo, fue valorar su grado de contaminación, conversar con los lugareños para luego elaborar un dictamen y sus posibles medidas de solución. Esa vez – rememoro – comimos en Jocotepec -en un restaurante bastante agradable estilo campirano -.
Al regresar, por cierto, nos reunimos de nuevo en aquel edificio de Liceo y Juan Álvarez. Velia Rangel estaba sentado a un lado de conmigo. Apenas iniciaba la clase cuando de pronto sentí un líquido caliente que se había desparramado en mi pierna derecha. “¡Ay Nieves!, ¡Ya la regué!”, recuerdo que me dijo mi ex compañera de escuela… Y es que, en un descuido ella “testereó” su taza de café en la butaca de enfrente ocasionando con ello que el aromático cayera al piso, aunque también se vertió sobre mi pantalón de pana.
El curso finalizó en la segunda semana de junio, dos meses antes de nuestra graduación. Durante muchos años perdí toda comunicación con mis compañeros, pero ahora, gracias a la Internet de nueva cuenta establecí contacto con ellos y por lo cual mucho me congratulo.
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