Cuando éramos niños, adolecentes y aun hoy de adultos, la mayoría hicimos o practicamos algún deporte de nuestra predilección. Si tu eres de los que jugaban o juegan con los cuates de barrio, del trabajo únicamente para pasar el rato o para distraerse ¡Qué bueno!; pero déjame te hago una pregunta, ¿Acaso te gustaba perder en las contiendas? ¿Verdad que no?
Con desgano, tomé el control de mi Samsung para ver si encontraba algún programa bueno en la tele. Tenía la esperanza de que se estuviera transmitiendo un partido de fútbol. No tuve suerte.
Cierto día un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo. Por el camino encontró una bolsa con cuatro mil pesos. El mercader decidió buscar a la persona que había perdido el dinero para entregárselo pues pensó que el dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma ruta.
“Me siento triste”, escuché decir a una secretaria de la presidencia municipal de Ixtlán el pasado viernes. Sus compañeros trataron de reanimarla y, según supe, tres días antes había sorprendido a su marido en un acto de infidelidad. Su tristeza pues, era razonable.
“Apá, ya nos vamos”, dijo Erika, mi hija. En su voz percibí su tristeza, pero en sus ojos noté también la semilla de la ilusión, su anhelo de formar su propia familia.
Una niña de ocho años estaba una vez con algunas amigas en un centro comercial cercano a la escuela. Vio dinero en el mostrador de una tienda y lo tomó.
Voy a escribir algo que con seguridad va a molestar a muchos, pero que cuando lean su explicación les va a molestar más. Y es que a veces cuidamos más lo seguro que tenemos, que lo inseguro.
Hace mucho tiempo, una joven llamada Lili se casó y se fue a vivir con el marido y su suegra. Después de algunos días, no se entendía con ella. Sus personalidades eran muy diferentes y Lili fue irritándose con los hábitos de la misma que frecuentemente la criticaba. Los meses pasaron, Lili y su suegra cada vez discutían y peleaban más.