Entré al Bohemio porque tenía la tarde holgada. Pedí cerveza mediana que empujé con música de Calamaro, aunque Calamaro no combina con cerveza, mucho menos con alguien que nomás quiere ambientar la güeva de la tarde. Eso fue lo...
La hendidura era como herida en cuello de un animal degollado. Lo que miré por allí desde entonces se diluye entre la bruma. El portón estaba como pretexto del aire para no colarse de plano entre las cuarteaduras de las tablas viejas. Creo que Flor Lilia sabía que la espiaba; al paso de los años me convenzo que a todos nos dejaba mirarla entera para que al final no entendiéramos nada de ella.
Bye Mani, baeee. Bye mi Lore, le contesté, jalando aire como si estuviera enchilado. Luego la miré alcanzar Croessus street ya hecha sombra, bostezo de la tarde. Los trenes destrozaron el silencio por Alameda street y me arranqué en contrasentido rumbo a “Downtown L.A.” empujando de vez en vez mi anforita de brandy. Quería pensar en el incendio de Watts o en mi amigo Robert, muerto en la Vietnam war, pero Lore me inundaba los sesos, los ojos, la garganta.