Omar G. Nieves
Estábamos reunidos en una asamblea para determinar el nombre que llevaría nuestra organización, compuesta por diversas agrupaciones de variado perfil político dentro del bloque de izquierda.
Alguien propuso que esta unión de pequeñas organizaciones un tanto heterogénea se llamara “Movimiento Arcoíris”. Yo me opuse, porque me vino a la mente la bandera multicolor que utiliza el movimiento lésbico-gay, pensando que muchos podrían confundirnos con las personas que tienen preferencias sexuales por las de su mismo sexo. Fue entonces cuando uno de los presentes se paró y me dijo que yo era un homofóbico con pensamientos retrógrados, y una cháchara que sólo los fanáticos dicen para justificar sus dogmas morales o religiosos.
Ahora que está en boga la discusión del matrimonio entre homosexuales me vino a la mente aquel episodio porque soy de los que piensa que el Estado no debe imponer más prohibiciones que las que trastoquen el buen funcionamiento de la sociedad, el orden público y la paz social; aquellas que atenten contra la integridad física de los individuos. ¿Los gais son un peligro para la sociedad?
Y no es que esté a favor de que los varones formen parejas de su mismo sexo, o las mujeres se unan en parejas, mi juicio moral no lo acepta; pero eso no quiere decir que me oponga a que cada quien elija lo que quiera hacer con su sexualidad. No justifico que cada vez haya más degeneración de la naturaleza humana – nunca antes se ha visto tanto libertinaje –, pero lo entiendo, y considero que el camino que debe seguir la iglesia es el de promover los valores cristianos, no andar con pleitos de lavadero como en el que se metió el cardenal Juan Sandoval Iñiguez.
Lo que sucede actualmente con la iglesia católica es bochornoso. No encontré el apunte, pero recuerdo haber leído que una gran cantidad de jóvenes de los que ingresan a un seminario son homosexuales que quieren ocultar y al mismo tiempo expiar su sentimiento de culpa por sentirse atraídos por personas de su mismo sexo. Por eso, cuando me tocó entrevistar a Sandoval Iñiguez, una de las preguntas fue si estaba de acuerdo en que los sacerdotes pudieran casarse, conforme el ordenamiento canónigo.
Gais siempre ha habido, aunque antes se les llamaba de otra forma. Platón era un homosexual de primera, no quería para nada a las mujeres. Leonardo da Vinci y Miguel Ángel pintaban con gran maestría las partes pudendas que más les atraían de los hombres. William Shakespeare bateaba por los dos lados. Y así hasta los artistas más célebres de nuestros días, como Ricky Martin y Juan Gabriel.
Punto y aparte es la cuestión de la adopción por parte del matrimonio gay. El Estado puede hacer un reconocimiento, a nombre de la sociedad, que dos personas del mismo género se aman – y recalco, nadie tendría que oponerse a ello, por eso somos libres y hasta Dios nos ofreció ese grandioso regalo –, pero de ahí a que se permita que un niño – producto de la unión entre un hombre y una mujer – conviva con una pareja homosexual, pienso que podría ser – a como están las condiciones actuales – perjudicial para su desarrollo psicológico.
No me considero homofóbico. Aquella persona que me señaló de esa manera no entendió que mi postura tuvo una intención de definir la identidad apropiada para nuestra organización. Tengo muchos amigos gais, los respeto y a muchos de ellos admiro.
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