Francisco Javier Nieves Aguilar
Anteanoche me acosté más temprano que de costumbre. Estaba muy cansado. La noche anterior me la había pasado en vela. Tuve que recurrir de nueva cuenta al Clonazepan, cuyo medicamento me fue suministrado por mi psiquiatra.
Me recosté; y mientras la medicina surtía sus efectos me entretuve algunos minutos con una telenovela que también veía mi esposa.
En la trama, una mujer sufría por la infidelidad de un hombre. Ella, por lo que pude percibir, era tímida por naturaleza, pero dotada de una insoslayable nobleza. Algunos se burlaban de ella. Trataban de hacerle daño.
En eso recordé una historia que leí no se donde. Se trataba de un laurel que creció en un pequeño bosque, cerca de un arroyo de aguas frescas.
Los árboles eran muy variados. Todos gastaban las energías en ser más altos y grandes, con muchas flores y perfumes, pero quedaban débiles y tenían poca fuerza para echar raíz. En cambio un laurel dijo:
— Yo mejor, voy a invertir mi savia en tener una buena raíz. Así creceré y podré dar mis hojas a todos los que necesiten.
Los otros árboles estaban orgullos de ser bellos; ¡En ningún lado había tantos colores y perfumes! Y no dejaban de admirarse o hablar de los encantos de unos y otros; y así, todo el tiempo, mirándose y riéndose de los demás.
El laurel sufría a cada instante esas burlas. Se reían de él, señoreando sus flores y perfumes, meneado el abundante follaje.
— ¡Laurel! — le decían– ¿Para qué quieres tanta raíz? Mira, a nosotros todos nos alaban porque tenemos poca raíz y mucha belleza. ¡Deja de pensar en los demás!, ¡Preocúpate sólo de ti!
Pero el Laurel estaba convencido de lo contrario; deseaba amar a los demás y por eso tenía raíces fuertes.
Un buen día, vino una gran tormenta, y sacudió, sopló y resopló sobre el bosque. Los árboles más grandes, que tenían un ramaje inmenso, se vieron tan fuertemente golpeados, que por más que gritaron no pudieron evitar que el viento los volteara.
En cambio el pequeño Laurel, como tenía pocas ramas y mucha raíz, apenas sí perdió unas cuantas hojas.
Entonces todos comprendieron qué o qué nos mantiene firmes en los momentos difíciles. No son las apariencias, sino lo que está oculto en las raíces, dentro de tu corazón. Allí, en tu alma. ¡Y es el amor!
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