Omar G. Nieves
Una de las cualidades más sobresalientes que distingue a Efigenia Aguilar Díaz, mi querida abuela Geña, es su entereza; la fortaleza inquebrantable para salir de los apuros más complicados sean físicos o emocionales.
Sabemos que su carácter ha sido moldeado a lo largo de 84 años de vida – nada fácil –, pero jamás se ha sabido que Geña tire la toalla y ceda ante las presiones económicas, familiares o de cualquier otra índole.
La disciplina impuesta a sí misma puede ser el baluarte que ha permitido, por ejemplo, que en su participación política cometiera actos de una bizarría admirable, como cuando encabezaba las marchas que eran reprimidas por judiciales, pese a su dificultad para caminar debido a unas llagas que le invadieron sus piernas hace tiempo; o también, cuando decidió seguir una dieta rigurosa por la diabetes que tiene, y que, no obstante las úlceras de sus pies, ha sabido controlar perfectamente.
Porque eso sí, si hay alguien a quien las enfermedades, los dolores o las caídas – una vez doña Geña perdió mucha sangre por un golpe en la nunca – no la derrotan, esa es mi abuela. Su deseo de vivir expresado una y mil veces, son estímulos para los que tienen trato con ella. Por cierto ¿Saben que mi abuela es una gran conversadora?
Hablar con doña Geña no es sostener un diálogo insípido como el agua, es más bien como echarse un trago de tequila, porque su charla es enjundiosa, avispada; al grado que reto al que se sienta el más “chicho” a concluir una plática con ella a la de buenas y primeras. Mi abuela no entenderá las intrincadas cosas de la vida, pero para todo tiene una pregunta, y para todo una respuesta. ¿Qué sabiduría se puede esperar más allá de esto? Si no lo entiendo, lo pregunto; si lo capto, no me enredo en tecnicismos y lo expongo de una manera simple.
Estoy seguro que Geña no ha jugado nunca un memorama, pero la mnemotecnia que ejerce es envidiable a sus 84 años de edad. Recuerda fechas y episodios pasados; anécdotas y personajes del pueblo; recuerda rostros y nombres de personas con gran precisión; y nunca se me olvidará cuando niños nos señalaba cada fruta o cada flor que hacía falta en la huerta donde ha vivido la mayor parte de su vida.
¡Con cuánta alegría evoco aquello! Mis primos y yo, todos sus nietos, jugábamos a la guerra con limones o naranjas; cuando mi abuela salía al patio, nos gritaba; al no salir, nos buscaba; al no alcanzarnos, le entraba a la guerra con sus propios disparos de fruta, y si por alguna extraña razón no atinaba, sabía que regresaríamos a casa, donde ya nos esperaba un regaño muy merecido. No recuerdo que nos haya pegado.
Hay muchas cosas que destacar de ella, pero sus buenas expectativas, su imaginación y su ingenio son de las que más admiro. Mi abuela nunca pierde la esperanza y la fe, en ellas va la ilusión de hacer su casa en un lote que adquirió hace 25 años en la colonia Demetrio Vallejo, y jamás ha aceptado ninguna oferta, por más jugosa que se le haya hecho.
En su fe va también parte de mi salud y la de mi papá cuando estuve enfermo y requerí de un trasplante renal. Mi abuela fue tal vez la única persona que no se creyó que me iba a morir, o al menos nunca lo dijo. Y cuando convalecía y le exponían la gravedad de la situación, siempre mostró un lado amable o una esperanza.
Luchadora incansable de izquierda. Doña Geña Aguilar fue quien le preparaba la comida a Alejandro Gascón en su campaña del 75. A él mismo lo recibió en La Huerta en el 99, lugar donde por cierto se han celebrado infinidad de reuniones, donde destacan las primeras de la organización Vientos de Octubre. Ahí recuerdo que Alejandro le dijo que cuando llegara a gobernador expropiaría la huerta para hacer un parque de diversiones para los niños, a lo que mi abuela respondió que primero regalara lo suyo y que después se pusiera de acuerdo con el dueño del terreno. La amistad y la confianza que tenían para bromear de esta manera me divertían muchísimo. Aunque en este caso concreto no estoy seguro si Alejandro lo decía en serio.
Mi abuela participó en mítines, en marchas, en la conformación de muchas colonias del sur, en huelgas de hambre y en plantones. Uno en especial que se formó cuando José Luís Sánchez González quiso tomar la presidencia municipal de Ahuacatlán, poco antes de que Gilberto Barrón asumiera el cargo. Ahí los seguidores del presidente electo se apostaron antes en el edificio de gobierno, superando en número a los que traía José Luís. Mi abuela en primera línea. Nunca se movió un ápice, pese a que se quedó sola debido a que los adversarios traían cañas y amenazaban con golpearlos a todos. Ella no se intimidó y permaneció en su lugar junto con otra señora, cuando ya todos habían retrocedido.
A doña Geña Aguilar le celebramos hoy sus 84 años de edad. Sus 40 y tantos nietos – la cifra exacta la tiene solo ella –, sus 20 y tantos bisnietos – la cifra nada más ella –, sus no sé cuantos tataranietos – otra vez ella – y por supuesto que sus 11 hijos. ¡Qué cumpla muchos años más! ¡Felicidades abue! La queremos mucho.
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