En la adolescencia, las nociones del bien y del mal que el niño adoptó por sus tutores se ponen en tela de juicio. El estudiante de secundaria añora el proteccionismo del padre pero a su vez quiere la libertad del adulto. Una encrucijada que las normas de convivencia resuelven mediante el reglamento escolar.
El prefecto que conoce bien el reglamento y lo aplica tiene muchas posibilidades de éxito en el control de grupos; sobre todo si desde el principio les pone las cartas sobre la mesa.
Rubén Dena recuerda que por instrucciones del director, el uniforme tenía que revisarse de pies a cabeza… En el caso del varón tenía que llevar corbata, cuartelera y hombreras del color del grado escolar: rosa, para los del primero; azul, para los de segundo; y guinda, para los de tercero. Deberían estar fajados, con su cinto y el pelo bien recortado. En el caso de las mujeres, el uniforme debía ser rosa, azul o guinda por cada grado escolar. El vestido tenía que estar abajo de la rodilla y quien las llevara arriba se regresaba a su casa; ya para bajarle la bastilla, ya para ponerle un pedazo de tela [los padres no tenían excusas]. Las calcetas arriba, y tenían que ingresar al aula cuando mucho cinco minutos después del timbre.
¿Cuáles eran los métodos de persuasión, o, como ahora se les llama por el condicionamiento operante: ‘reforzadores’? Cada prefecto tenía su estilo. En el caso de Pancho Fino solía ganarse la confianza de los estudiantes, y cuando menos se lo esperaba, el infractor recibía su jalón de oreja. Nunca hubo problemas mayores por eso. Rubén, por el contrario, tenía el semblante adusto, y su mirada y sus movimientos eran amenazantes, pero jamás se sobrepasó a la agresión física o verbal. De gritos no pasaba.
Los dos prefectos de la secundaria Revolución eran buenos compañeros de trabajo con los profesores de aquel entonces. Rubén recuerda al mejor: Ernesto Villarreal.
[su_quote cite=»Rubén Dena»]Yo me daba mis vueltas por toda la escuela para ver cómo trabajaba la gente, y haz de cuenta que antes de pasar por su grupo [de Ernesto Villarreal] era como si no hubiese nadie, y al pasar no se escuchaban ni las moscas. Todos los alumnos trabajando. El maestro tampoco tenía la necesidad de gritar. Nunca gritó. A la hora del timbre él se ponía en la puerta y todos entraban calladitos.[/su_quote]
A su vez, Pancho García evoca a los primeros maestros de la escuela: Gustavo Guardado Lerma, Juan Ramos Águila, Santiago Toalá, Isabel García Serrano [”El profe Chabelo”] y Santiago O’Conor Nolasco. Éste último de las asignaturas de civismo, historia y geografía, con una pedagogía excepcional. Su frase, dice, Pancho Fino, era: “Al alumno abrázalo, bésalo y aviéntalo”, dando a entender que el maestro debía ser tan polifacético como para adaptarse a todas las circunstancias e imprevistos que surgieran en el grupo.
Sin duda, muchas generaciones le debemos a Rubén y Pancho algo de la disciplina escolar que se impartía desde la prefectura que ejercieron después del trabajo de intendencia y velador que desempeñaron. Ahora, no son los nuevos prefectos quienes tienen la labor más difícil para recuperar los valores perdidos. Éstos, los valores, se fueron perdiendo desde que los padres les toleramos a nuestros hijos la rebeldía que acompañó a toda una generación mal influenciada desde los medios de comunicación. Y por eso, somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de enderezar los asuntos ‘imponiendo’ el orden desde la casa y dejando que maestros y prefectos ‘impongan’ el que contempla los reglamentos en las escuelas.
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