Cuando cursaba el tercer año de primaria, mi maestro Francisco Sefó nos dio a conocer cuáles eran las siete maravillas del mundo. En ese entonces no pude memorizarlas a todas, pero lo logré cuando casi concluía el cuarto grado, con mi bien recordada maestra Paula Alonso.
Ahora durante los días de asueto vinieron a mi mente algunas de aquellas enseñanzas de la escuela primaria, siendo entonces que relacioné el asunto de las Siete Maravillas del mundo con el cuento que alguna vez nos contó el Padre Chencho, en la facultad de Turismo.
Decía que una ocasión, el maestro pidió a sus alumnos que elaboraran la lista de las Siete Maravillas del Mundo y que luego las plasmaran en sus cuadernos.
A pesar de algunos desacuerdos, la mayoría votó por lo siguiente:
1. Las Pirámides de Egipto.
2. El Taj Mahal.
3. El Canal de Panamá.
4. El Empire State.
5. La Basílica de San Pedro.
6. La Muralla China.
El maestro buscaba consenso para la séptima maravilla cuando notó que una estudiante permanecía callada y no había entregado aún su lista, de modo que le preguntó si tenía problemas para hacer su lección.
La muchacha tímidamente respondió:
- Sí, un poco, no podía decidirme, pues son tantas las maravillas.
El maestro le dijo:
- Dinos lo que has escrito, tal vez podamos ayudarte.
La muchacha, titubeó un poco y finalmente leyó: “Creo que las siete maravillas del Mundo son:
1. Poder pensar.
2. Poder hablar.
3. Poder actuar.
4. Poder escuchar.
5. Poder servir.
6. Poder orar.
7. Y la mas importante de todas… Poder amar.
Después de leído esto, el salón quedó en absoluto silencio.
Es muy sencillo para nosotros poder ver las obras del hombre y referirnos a ellas como maravillas, cuando a veces pasan desapercibidas las maravillas que Dios hace en nosotros con su Gracia y que cada uno debe desarrollar.
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