Qué mal he comido hoy,
¡y todo por estar a dieta!
Me comí 12 pesos de pan
y otros doce de galletas.
¡Ah!, el pan. De vez en cuando rememoro aquellas lejanas épocas que me emplee como panadero. Quizás sea esa la causa de que constantemente sueñe con la harina y el royal, la levadura y el color vegetal, los “rodillos” y la manteca, las hojas y las charolas.
Y no miento cuando afirmo que no han sido pocas las ocasiones en que he estado tentado a dejar cámaras fotográficas, teclas y grabadoras, para regresar al ambiente de las panaderías. ¿Cuál estrés ahí?, ¿Cuál insomnio? Así me olvidaría de redactar noticias o artículos que laceran mis escasas neuronas.
Como miembro de una familia panadera por afición, empecé por limpiar hojas – pedazos de lámina donde se coloca el pan para ser horneado – en la panadería de mi tío Rafael Nieves, la cual por cierto rebasa ya los 100 años de haber sido fundada.
Corría el año de 1972, bien lo recuerdo. Las limitaciones económicas me obligaron a aprender este interesante oficio. Mi hermano “La Ñé” y mi primo “La Urraca” – Beto Nieves – me encargaban pequeñas tareas para poco a poco enseñarme los secretos para fabricar pan.
En realidad no me fue muy difícil; y así pronto pude “tallar” las masas para elaborar los “rieles”, así como batidos de royal y amasijos de levadura, aunque constantemente era objeto de las bromas de los demás panaderos, entre los que se incluía a Jorge Solano y a los hermanos González Bolaños.
El famoso “Felisón” y Abel Mares – ambos hermanos – también me enseñaron algunos “secretillos” al igual que “El Chato” Casillas y José Sandoval. “¿Es cierto que no te gustan las chiquillas?, me preguntaba quisquilloso “Chico” Bolaños. ¡Claro!, en son de broma. Y yo solía contestarles: “Pues arrímame a tu hermana y ya veremos!”.
¡Qué léxico tan florido el de los panaderos!: “Sí, sí; ¿Se los bajo? ¡Allá están arriba!”.
Pero, ¿De dónde les viene a los panaderos la fama de libidinosos? Seguramente porque trabajan ligeros de ropa debido al calor del horno, y en otros tiempos se les veía trajinar sudorosos y semidesnudos desde el mostrador del expendido. Su oficio se ha cargado de toda suerte de alusiones y dobles sentidos que hacen la sal del pan.
En la esquina se acumulan los cartones de huevo, y arrimados al muro de costales de harina se apilan junto a los carros de charolas. La cortadora, la revolvedora, la báscula y los moldes de la lámina están en suspenso. Pero no por mucho tiempo. Para que la humildad se concilie con la abundancia en la panadería el trabajo siempre será extenuante.
Al fondo de la panadería, el horno esta encendido. Semeja una pequeña cueva abovedada, tiznada de hollín, con su lumbre amarilla y naranja que puede verse desde la calle, siempre que uno se atreve a asomarse. Porque la panadería suele estar adentro de una casa particular, se avista desde la sala, está junto a la cocina, con el horno en el rincón.
A través de este oficio pude costearme mis estudios universitarios. Fue muy duro. Tenía que levantarme a las cinco de la mañana para salir a las 12 del mediodía, pues había que estar antes de la una en el crucero para “tomar” el autobús que me llevaría a Tepic, donde cursé la carrera de Turismo.
A veces sin comer y sin bañarme; oliendo a harina y manteca. Así entraba al salón de clases, hasta las ocho de la noche. Luego a emprender el regreso a la Central Camionera y buscar a un chofer compadecido que nos trajera de vuelta a Ahuacatlán, a donde llegaba entre 10 y 11 de la noche. Una rutina extenuante, ¡me caí si no!
Al egresar en 1981 contraje nupcias. Busque algún empleo acorde con mi carrera, pero los primeros meses me resulto imposible. Por eso, para poder afrontar los gastos tuve que “doblar” turnos en la Panadería de mi Tío Rafael; siempre fabricando “novias” y “conchitas”, polvorones y ojos de buey, “pastelitos” y bombones y muchos otros tipo de pan.
Después logré colocarme como recepcionista del Hotel De Mendoza, en Guadalajara. Luego me vine a Tepic donde me ofrecieron la Gerencia del Hotel Corita – hoy Ejecutivo Inn -. Posteriormente me trasladé a Puerto Vallarta… y cuando incursioné en la actividad política me vi en la necesidad de regresar a mi oficio de panadero.
Don Elías González me tendió la mano y con el laboré por espacio de ocho años – aunque hubo un intermedio en el que me empleé como Secretario del Ayuntamiento y como Regidor -; y cuando corría el años de 1994, el licenciado Ezequiel Parra me invito colaborar en esta fascinante cuanto controvertida y peligrosa actividad como lo es el periodismo, el cual – insisto – he estado a punto de abandonar para regresar de nueva cuenta al mundo de las panaderías. ¡Me cai que ya me dan ganas!
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