¿A quién te refieres cuando mana en el desierto
la traidora voz de un carcomido “ustedes”?
Yo no lo olvido cuando nos ahorcaban con azogue
sambutidos en el fondo oscuro de las minas.
No olvido lo hoy bursátil de tus rostros
ni las cifras empapadas de los muros
escupidas sobre la línea castrada del esputo…
un gargajo rancio hervido, atorado en la garganta.
Así deslizas tu pudor en profético cemento.
No se limpian los caudales de la sangre
con tu pose diva, de magnate.
No se olvida que trozaste
la cabeza de los leones apofanticos;
que nos estampaste el chapopote
de los cuervos sotanados
en conjuro de sus conclaves umbríos.
Ni me olvido que el agua se pudre
estancada en los cuencos de cemento
en el jagüey donde flota
la miasma de los cuerpos olvidados
arrojados fuera del concreto.
Ahí quisiste levantar un Lázaro flotante
de esas dársenas podridas
donde chacotean los cadáveres sin nombre;
como un niño elegido desde Sion
que levanta su capricho
con el dedo y la mirada.
Yo no olvido que hoy tú eres presidente
y también un jilguero maldecido de oficina.
Que te sientas al corusco en la caoba de un buró
a lamber los barrotes de una clase que no es tuya.
Yo no olvido que tú eres ese pauso asesino de mi gente.
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