Omar G. Nieves
En estos días una sonrisa, una pose, un saludo, una expresión, aunque sean más falsas que las profecías de Harold Camping, pueden ser determinantes en la intención del voto de un ciudadano indeciso que, cabe decirlo, forma mayoría en el electorado que ha de decidir a quienes nos gobiernen a partir de septiembre próximo.
Ser popular entonces debe tener una estimación para el político que quiere llegar al poder, y el precio a pagar es alto, muy alto. Por una parte tiene que sortear y calibrar las adulaciones de aquellos que lo secundan y que buscan aprovecharse de él para conseguir un empleo; pues casi todo cuanto se mueve en este sistema tiene un carácter económico, hasta el compañerismo y la supuesta amistad obedecen a una relación social pecuniaria, evidentemente egoísta.
Por otro lado, la popularidad también conlleva, como veremos, cierta antipatía. El éxito tal como se concibe en este mundo ha acarreado odio, enemistad y violencia por el recelo que éste provoca. Eso es lo que buscan inconscientemente los que andan tras el hueso. Tal vez ignoran que el ser querido y apreciado es muy distinto de ser popular o ser famoso, aunque a veces coincidan.
Hace poco se descubrió que el video más gustado y más odiado de internet es uno que aparece en Youtube de Justin Bieber, un joven estadounidense que interpreta música pop. Pero más allá del ser querido o no, del ser famoso o no, el político se enfrenta a un problema más serio: la responsabilidad de gobernar.
Así anotado no parece tener mayor problema. Pero viéndolo bien, gobernar implica satisfacer las demandas del pueblo, resolver los problemas sociales; envuelve crear fuentes de empleo, para el que no lo tiene; brindar salud, para el enfermo; educación, para el analfabeta; y sobre todo: seguridad pública y paz social para todos.
De tal manera, el gobernante, incluyendo al ciudadano que lo elije, tiene una responsabilidad compartida de proporcionar el bienestar que la sociedad ha reclamado desde tiempos inmemoriales. El no hacerlo, el hacerlo a medias, o el hacerlo con parcialidad e injusticia, obliga a ambos, elector y elegido, a cargar con las muertes que hoy se les reclaman a las autoridades. Muchas de estas muertes, claro está, son producto de la crueldad humana de quienes los cometen; pero, ¿qué podemos decir de nosotros? ¿Acaso estos criminales no son producto de este sistema que el gobierno ha provocado con sus acciones y omisiones? Y qué decir de los otros muertos; de los que mueren por la falta de medicamentos y de una atención médica especializada, que no pagan por falta de un “buen” empleo, que no obtienen por una “buena” profesión, que se extravían del camino por la falta de una “buena” consciencia, que no llegan a perfeccionar porque siempre viven luchando contra los demás; porque así lo aprendieron de quienes recibieron la instrucción de amar al prójimo, y que con su complicidad con este sistema demuestran esta doble moral. Sirviendo a dos amos, con ninguno quedan bien.
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