Hasta el sábado no había decidido aún donde pasar las vacaciones de Semana Santa, pues las amenazas del coronavirus me pusieron a reflexionar muy en serio.
Le he dado muchas vueltas a este asunto. De hecho no sé si ya inició ese período. Perdí la cuenta, pero calculo que es en estos días cuando en este 2020 tiene lugar esa celebración.
Me he ocupado mucho en contar los granos de arroz que tienen las bolsas de a kilo y así me he enterado que algunas traen 8,456; otras 9,239… por ahí me salió una con tan solo 6,546; y en fin. Seguro las empresas productoras nos están viendo la cara, creen que no vamos a contar grano por grano. Un día de estos le sigo con las bolsas de lentejas.
Pero bueno, le decía que hasta el sábado me agobiaba una encrucijada: ¿Dónde pasar las vacaciones de Semana Santa? A mí ya se me prendió el foco; aunque no crean, no fue fácil resolver la situación. Hay les va.
Tengo algunas opciones y entre ellas incluyo la sala. En ese lugar estaré cantando karaoke, jugaré a los naipes, me recostaré en el piso imaginando estar bajo alguna palapa de Los Ayala. Tomaré mi guitarra y trataré de arpegiar algunas canciones de José Luis Perales, Napoleón, Facundo Cabral, Leo Dan, etc.; claro, sin faltar las de Cuco Sánchez.
Caminando unos pasos más me apersonaré en la cocina, donde contemplo prepararme algunas aguas frescas, ¡Hum!, la de pepino con limón y piña me sale más buena que las que venden en La Michoacana. También intentaré construir torres con algunos artículos de cocina para ver si rompo mi propio récord; y apoyaré desde luego con las tareas domésticas de la familia, ya sea cocinando unos deliciosos chilaquiles, los obligatorios frijoles refritos y esos huevos revueltos a la “polinié”.
Otra opción más es el “cuarto de entrada”. Ahí me recostaré por ratos en el sillón reclinable, montaré un mini-estudio improvisado para posibles transmisiones “en vivo” y revisaré álbumes de fotos tomadas en tiempos pretéritos.
El pasillo lo usaré para “pelotear” y divertirme con los resbalones, cuidándome por supuesto de no maltratar mucho mis deterioradas rodillas ni mis prótesis dentales.
El cuarto de en medio ni mirarlo. Hay poco en qué entretenerse en ese sitio. En su lugar me pasaré hasta la última habitación y ahí me recostaré para mirar los videos de “La Gilbertona” que, aunque sea muy vulgar, al menos me entretiene cuando escucho sus disparates, como ese del “piedral”, de la “Totoya” y del “rotavirus” –¡ay!, no no no–. “Mira Pavel, no te equivoques de puerta”.
Me pondré a leer o a releer algunos libros y quizás hasta me anime a jugar al tablero o a la dama china. El ajedrez, la verdad me aburre, ¡No hay nadie en Ahuacatlán que me gane una partida!
Una buena alternativa para pasar mis vacaciones de Semana Santa será sin duda alguna, el corral. Ahí está el lavadero que no se raja… pero si piensan que me voy a poner a lavar, están en lo cierto.
También aprovecharé la sombra del guayabo para recostarme y divagar, divagar y divagar, considerando por supuesto la estrategia que debo utilizar para que mi ex patrón, Edgar Arellano Jiménez, cumpla con los débitos con un servidor; porque una vez que finalice el peligro del coronavirus ¡me iré con todo contra el mal llamado Rey León! Voy a usar primero los medios legales e iré endureciendo poco a poco las medidas para que cumpla con la Ley.
Así es que, como ven, ¡Yo ya tengo resuelto dónde y cómo pasar mis vacaciones de Semana Santa!, de la sala a la cocina, de la cocina al cuarto y de ahí al corralito. ¡Ajúa!
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