Miércoles de motivo nacional y me levanto con tres intenciones. La primera es asistir a misa de las seis, ir a las gorditas al mercado Morelos y llegar puntual a la escuela secundaria Amado Nervo para seguirle los pasos a un maestro que nos legó la sabia virtud de la responsabilidad y el amor al trabajo.
En mi caso y lo reconozco como uno de los seres humanos que han influido mi andadura como profesor, por su ejemplo vital de dedicación y entrega apasionada, las estrategias, seguimiento, evaluación y pionero en la transparencia en aquellos años cuando la educación era rudimentaria.
Un maestro adelantado a su tiempo, aquí estoy frente a su lugar íntimo donde el escritorio es el territorio de sus recuerdos; litografías de paisajes europeos; un balón y botarga del equipo “Chivas”; casi una pared de archiveros “cuando no tengo nada que hacer reviso mi expediente y me llegan tantos recuerdos”; dos pilas de carpetas de lo más urgente, porta y pisa papeles en forma de tecolote; fotografías de sus hijos y su esposa a la entrada de la iglesia en Talpa.
El maestro Juan José García Sánchez que tras sus anteojos una mirada que escudriña, barba blanca bien recortada y la voz poderosa de mando, pero su amistad generosa que agradezco. Está sentado, se quita la chamarra y saborea café; listo estoy con mi cuaderno para seguir sus pasos.
Llego a la siete y es la misma sensación de aquel primer día que asistí a clases completamente nervioso. Aquí está la ceiba en su temporada de invierno que significa sin flores. La entrada a la escuela ya es diferente, un portón rojo, el patio que conserva tenue un mapa de nuestra república mexicana y rodeado de ficus finamente podados. Altos muros, añoro aquella barda de ladrillos estilizados.
Hay bancas blancas y en una de ellas espero al subdirector que al ingresar trae impregnado el reglamento de respeto y con el simple hecho de mirarnos pronto impone seriedad por su historial de tantas generaciones que han conocido su fortaleza para dirigir una escuela amplia y numerosa.
Después de los honores a la bandera en este miércoles por ser festejo patrio a uno de nuestros símbolos, saludo a colegas y sobre todo al profesor Salvador Muñoz. Ya estamos listos para que abra sus recuerdos, vivencias, la experiencia en esta tranquilidad en el segundo piso de una construcción que en mis tiempos no estaba.
En el balcón cuelgan sendas lonas donde se recuerda que la puntualidad es vital y la lectura todavía más. Muchos logros, buenos puntajes en las evaluaciones nacionales que les han redituado beneficios económicos y materiales.
Le hago notar que la escuela luce bonita, conservada y limpia. Todavía están los ecos del día del amor y la amistad en sus paredes; la campaña permanente de amar fervorosamente a la lectura y hay una frase ocurrente que me llama la atención al traer mi té verde para la entrevista: “la lectura es nociva para la ignorancia”.
Confieso que no puedo sustraer al maestro Juan José, me impartió matemáticas, de este ambiente porque tantos años dedicados a este recinto hay tal simbiosis, por decirlo como metáfora matemática, es una intersección de conjuntos, que es uno de los artesanos de esta obra intelectual junto con tantos que han recorrido este tiempo y este espacio y aún sigue otro profesor que funge como director, Humberto Ibarra delgado, otrora profesor de español.
El maestro Juan José nació en Ixtlán del Río por la calle Allende 34, norte, un 2 de agosto de 1949. Sus padres Salvador García Montero, originario de Ahuacatlán y Delia Sánchez de García de Los Ranchos de Arriba. Sus hermanos Arturo Salvador, Delia Concepción, Salvador y Carlos.
Sus primeros estudios los realizó en la escuela primaria Narciso Mendoza, la escuela secundaria Amado Nervo, generación 60-63 cuando fungió como padrino Mariano Fonseca quien era director de secundarias generales, motivo que sirvió para que se oficializara.
Posteriormente ingresó al Centro Normal Regional de Ciudad Guzmán y en 1966 se recibió como profesor de educación primaria. En octubre de ese mismo año recibe su primer dictamen y labora en la escuela primaria Anáhuac de Rosa Blanca, municipio de Jala, donde dura un poco más de dos años. “Me impactó que a pesar de la pobreza de la gente, todos cooperaban y apoyaban a cubrir el pago de maestros”.
Se abre la oportunidad de ser maestro de matemáticas en una secundaria general en enero de 1969 y se traslada a Paraíso, Tabasco. Le cautiva el modo de ser de los habitantes, la vegetación y el agua a raudales: “me la pasé muy agusto por la aceptación que tuve. Toda la gente me saludaba, su manera franca y abierta, amistosa”. Lo confiesa: a pesar de tan poco tiempo, “fue mi época de oro”…
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