Camila era una chiquilla vivaz que vivía por la calle Miñón en Tepic. Tenía muchas amigas y le encantaba salir con ellas a pasear.
Un día la invitaron a una fiesta pero ella no tenía dinero para el obsequio. Fue por ello que ideó un plan para obtener el dinero que necesitaba y así comprar algo especial.
Camila se disfrazó de payaso poniéndose una bola roja en la nariz. Así caminó por la vereda con un gorro en la mano y una enorme sonrisa. Las personas que pasaban por la calle, al ver a aquella payasita tan pequeña y linda les causaban gracia y le daban muchas monedas y billetes.
La chiquilla estaba feliz. No pensó tener tanta acogida con su disfraz de payaso, así que ahora se disponía a encontrar un regalo al tener ya el dinero suficiente para comprar algo para el cumpleaños.
Pero nada le llenaba el corazón. Había en las tiendas muchos juguetes y muñecas que podría obsequiar a su amiga, pero ninguna parecía suficientemente especial para Camila.
Fue entonces que llegó la hora de ir a la fiesta y no tenía aún ningún regalo comprado; así que llegó a la fiesta disfrazada de payaso sin nada en las manos.
Su amiga la recibió con alegría y se puso muy feliz, pues había venido disfrazada y ya no necesitaba ningún show ni animación. La payasa alegraba a todos con su sola presencia.
Camila entendió que los mejores regalos son los que se dan con el corazón cuando uno menos se lo imagina.
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